(Japón, al rededor del siglo trece.) «El convento de Tokeiji tenía un gran espejo. La abadesa fundadora, Kakuzan Shido, se sentaba a meditar delante de él con el fin de: ‘ contemplar su propia naturaleza.’ Las generaciones posteriores de monjas empezaron a practicar zazen (meditación) también frente al espejo, concentrándose en la pregunta: ‘¿dónde está la emoción, el pensamiento, el sentimiento en la imagen reflejada que contemplo?’ Cada abadesa de Tokeiji escribió un verso en respuesta a la práctica del espejo. Los siguientes versos los escribió la princesa Yodo, quinta abadesa del convento: ‘Corazón sin nubes, corazón nublado; ergido o caído, es siempre el mismo cuerpo.’ Siglos después, Zenju Earthlyn Manuel reflexiona: Si estamos dispuestos a observar el tiempo suficiente la imagen del espejo de zazen, más allá de vernos a nosotros mismos como objetos, tenemos la posibilidad de ver que somos la misma naturaleza (…) No soy ni viejo ni joven, soy completo en mi propio espíritu.[1]”
En el zendo de Amsterdam llevamos cuatro semanas hablando y meditando sobre lo mismo. Las emociones, las sensaciones, lo que sentimos cuando sentimos una emoción y dónde la sentimos. En que parte del cuerpo.
La idea detrás de este ejercicio es que prestando suficiente atención a lo que el cuerpo experimenta en un momento preciso, es posible procesar rápidamente una determinada emoción y evitar que se anquilose en nuestra mente. Riens Ritskes dice: “En la actualidad existen comunidades enteras de personas que viven completamente desconectadas de su cuerpo. Siguen el mundo de sus ideas, aquello que tienen en su mente les pierde y se sumergen en sus objetivos y en sus dramas mientras que permanecen desligados de cualquier sentido de la realidad.”
¿Cómo sentimos la realidad?
Yo no siento la realidad. Siento mi realidad en mi propio cuerpo. Cada emoción conlleva una sensación corpórea diferente y el ejercicio que Arthur nos propone es el de ejercitar nuestra habilidad para identificar las emociones a través de lo que el cuerpo experimenta. Para mi, este ejercicio significa poder empezar a llamar ciertas cosas por su verdadero nombre. Estoy experimentando el mismo despertar que cuando descubrí mi ego dolorido.
Cuando me siento sacudida por un revés, por medio de este ejercicio puedo poner el dedo en la yaga. No he llegado a comprender muchas emociones hasta ahora porque uno lo tiene que experimentar en el propio cuerpo, no vale con entender las palabras.
[1] Traducción libre del libro: Florence Caplow and Susan Moon (Editors). The Hidden Lamp: Stories from Twenty-Five Centuries of Awakened Women (Wisdom Publications, 2013).